23 de Abril, 2024
Radio Mercosur
Política

Qué papel jugará la Argentina en el mundo

Se vienen tiempos de mucha preocupación para nuestro país

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El país que atrajo a nuestros abuelos, abierto e internacional, se contrapone con el que, sobreprotegido y poco vinculado, abandonan hoy tantos jóvenes; nos queda por delante la oportunidad de aprender y cambiar el rumbo
 
Dice Ray Kurzweil que los eventos disruptivos han ocurrido siempre en la historia, pero que últimamente acaecen con mayor frecuencia. Quizás el conflicto en Ucrania, irrumpiendo aún sin haber superado la pandemia del Covid-19 y en medio de la aceleración de la revolución tecnológica global, es una muestra de ello.
 
 
Lo notable es que mientras observamos las convulsiones de estos días nos notificamos de que en 2021 el comercio internacional (de bienes y servicios) entre todos los países alcanzó el más alto importe histórico: 28 billones de dólares. Y el stock de inversión extranjera operando en todos los territorios superó (como nunca) los 41 billones de dólares (duplica el de hace diez años). Y la cantidad de usuarios (globales) de internet llegó a 5000 millones (casi dos tercios de la población mundial), con un promedio de 7 horas diarias en la red. Más aún: más de 1500 millones de personas (la mitad de la fuerza de trabajo planetaria) se conectan a través de dispositivos en sus lugares de trabajo (trabajos globales).
 
El mundo está cambiando más allá de la guerra en Ucrania, de los desafíos ambientales, de algún populismo nacionalista y de la pandemia. Porque vivimos una “migración” que no se produce desde un lugar hacia otro, sino desde una generación hacia otra. La mediana de edad de la población planetaria es 31 años y los impulsores de los cambios se vinculan con nuevas generaciones que viven más relacionadas con lo que Klaus Dodds llama las geografías digitales que con las físicas tradicionales.
 
Esta renovada intensidad global (que se manifiesta incluso en el propio modo en que el planeta –personas, empresas y países– reacciona ante la guerra en Ucrania) está apoyada en el cambio científico, que es supranacional (nada más global que el conocimiento), en la internacionalización individual (porque, como explica Richard Baldwin, vivimos una cuarta globalización, distinta de la anterior, que solo se refería a la producción), en nuevos modos de vincularnos (social, económica y hasta normativamente) y en una consecuente adaptación cultural.
 
Pues es muy probable que en estos días agitados la geopolítica, la influencia de empresas mundiales, la revolución tecnológica y los cambios culturales estén dando paso a una redefinición de ciertos roles planetarios. Por eso conviene preguntarse a qué juego internacional jugará la Argentina.
 
Hasta ahora, por algunas razones difíciles de justificar, la Argentina pareció seguir más cómoda “al costado del mapa” que ejerciendo algún rol relevante dentro de él. Concibiendo el mundo como amenaza, incomodándose con la evolución, desconfiando de casi todos. Y, como consecuencia, quedando en el peor de los escenarios: no puede obtener beneficios de aquel planeta localista de hace 50 años porque ya no existe y tampoco pudo obtenerlos del mundo actual del que reniega.
 
El debilitamiento de nuestros lazos (especialmente económicos) con el resto del planeta ha sido una preferencia más o menos constante. El temor a lo internacional predominó (el coreano Byung-Chul Han calificó hace unos años ese temor como un “paradigma inmunológico”, que lleva a reaccionar contra lo externo). Lo curioso es que esto (según muestra la evidencia comparada) es causa de involución y de peores condiciones de vida. Sin embargo, como diría Juan Villoro, a nosotros nos agobian explicaciones mágicas por las que la representación es más importante que los hechos y el temor hace superar a la confianza. Dicho sea de paso, según Yuval Harari, el principal recurso económico de la civilización actual es la confianza.
 
Mantenernos detrás de barreras, que nos separan a “nosotros” del “resto”, no nos ha beneficiado y sería bueno aprenderlo. Porque puede estar gestándose una oportunidad en el planeta para actuar en un nuevo escenario global en formación.
 
Hemos constatado que aquella desconfianza que nos retrae nos ha perjudicado. Por caso, la Argentina no accede ya a financiamiento externo y debilita así la inversión, que es entre nosotros un 25% inferior al promedio latinoamericano (el financiamiento exterior, como explica Barry Eichengreen, no debe ser demonizado porque endeudarse ha sido causa de enriquecimiento de muchos buenos gestores). Nuestras exportaciones solo representan 6,5% del total latinoamericano, y si exportáramos en relación con la dimensión de nuestro PBI comparado lo haríamos en casi 30.000 millones anuales más. La participación del sector exportador en el empleo total (7%) es la menor en América Latina a excepción de Venezuela. El stock de inversión extranjera directa en nuestro país no ha crecido en la última década mientras en el mundo se duplicó (si hubiésemos seguido la tendencia contaríamos con 80.000 millones de dólares más operando entre nosotros). Entre las 100 mayores empresas multilatinas las argentinas son solo 5, cifra muy inferior a las de México (30), Brasil (29) y Chile (23). Y el porcentaje de nuestro PBI explicado por el capital intelectual (principal motor de la economía global) es casi 30% menor que el promedio mundial. Luego, nuestro ingreso per cápita es hoy igual al de hace 25 años, mientras que en toda América Latina en ese período creció 60%.
 
 
Nuestro país parece más cómodo en sus relaciones con autocracias o regímenes políticos cuestionados que con democracias plenas, más abiertas. Y cae en perjudiciales contradicciones que afectan nuestra credibilidad; desde la proclamada preferencia por América Latina que se contamina por duras tensiones dentro del Mercosur hasta la promulgada adhesión al multilateralismo que se contrapone con denuncias penales contra funcionarios del FMI, políticas comerciales externas opuestas a la OMC, defaults varios (acumulamos 9) e irregularidades que generan procesos jurisdiccionales en nuestra contra (con 61 casos, somos el país más denunciado ante el Ciadi).
 
Los resultados referidos (y muchos otros) son elocuentes. Y útiles para entender. Dice Sarmiento (en Civilización y barbarie) que la “evidencia que trae la estadística, que cuenta las cifras, impone silencio a los fraseadores presuntuosos y hace enmudecer a los poderosos imprudentes”.
 
Desde que comenzó el siglo XXI, en el mundo se celebraron 263 tratados de apertura comercial recíproca entre países, pero la Argentina no participó en ellos (la reciente adhesión a la Nueva Ruta de la Seda china no es un tratado comercial). Parte del enigma argentino es, pues, por qué esos prejuicios perduran después de que los resultados los desacreditan. La Argentina que atrajo a nuestros abuelos, abierta y mundial, se contrapone con la que (sobreprotegida y poco vinculada) abandonan hoy tantos jóvenes. Nos queda, pues, por delante la chance de aprender y cambiar el rumbo ante posibles nuevas oportunidades en un mundo que comienza a rediscutir algunos supuestos. Para aprovecharla será preciso vincularnos más y mejor con buena parte del resto del planeta, porque nada hay más relacionado con el progreso humano que la interacción.
 
 
FUENTE: La Nación - B s. As./Mercosur en la Prensa
Por Marcelo Elizondo

marzo de 2022